El duelo silencioso ante las dificultades en la fertilidad
- Gotzone Silva Arteche
- 5 nov
- 2 Min. de lectura
Hablar de infertilidad es hablar de una forma de pérdida que muchas veces no tiene nombre. A diferencia de otros duelos, donde la ausencia es visible y socialmente reconocida, la infertilidad se vive como un duelo silencioso, una herida íntima que se esconde detrás de la apariencia cotidiana. No hay velorios ni condolencias, pero hay una tristeza persistente que acompaña a quienes ven frustrado el deseo de concebir.
Diversos estudios recientes han mostrado que la infertilidad afecta profundamente la salud emocional, relacional y espiritual de las mujeres. Esta experiencia ha sido descrita como un “dolor invisible”, un proceso de duelo no reconocido por el entorno ni validado por el sistema de salud. Las mujeres enfrentan la paradoja de sufrir por algo que nunca existió físicamente, pero que se sintió como una promesa real: el hijo imaginado, la maternidad esperada, la continuidad familiar.
Este duelo suele desarrollarse en silencio. Para muchas personas las maternidad se vive como un eje crucial en la vida. Cuando la maternidad no llega, se puede activar una sensación de vacío, fracaso y pérdida de valor personal. Las mujeres que presentan dificultades en la concepción suelen expresar sentimientos de impotencia, desesperanza y soledad, agravados por el peso simbólico de la maternidad como mandato social. El entorno familiar o médico, al centrarse en los tratamientos, suele olvidar la dimensión emocional de la experiencia, lo que amplifica el aislamiento.
Además, la infertilidad está rodeada de estigmas sociales y autoestigma, lo que lleva a muchas mujeres a ocultar su situación, a fingir fortaleza o a retirarse de espacios donde la maternidad es tema frecuente. Este silencio impuesto se convierte en una forma de defensa ante la mirada ajena, pero también impide la elaboración del duelo. De ahí que se hable de un duelo invisible: no porque la pérdida no exista, sino porque no se le concede legitimidad para ser llorada.
Las consecuencias de este proceso van más allá del ámbito individual. La infertilidad puede generar tensiones en la pareja, alterar la vida sexual y provocar una crisis de identidad compartida. Las mujeres describen el tratamiento de fertilidad como un camino lleno de esperanza y miedo, donde cada intento fallido revive el ciclo del duelo: ilusión, ansiedad, frustración y resignación. La falta de apoyo emocional adecuado por parte de las instituciones médicas y del entorno social contribuye a que este sufrimiento permanezca en la sombra.
Reconocer la infertilidad como una forma de duelo es un paso esencial hacia la humanización del acompañamiento. No se trata solo de atender el cuerpo, sino también de dar espacio a la tristeza y al silencio, de validar la pérdida simbólica que implica no poder gestar. El duelo silencioso por la infertilidad necesita ser escuchado, nombrado y comprendido, para que deje de ser una pena escondida y se transforme en una experiencia compartida, digna de compasión y cuidado.



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